Quiero
ser para tí como un puente sobre el río. De este lado, tu hoy. Del
otro lado, tu mañana.
Entre
ambas orillas, el río de la vida: a veces está calmo, a veces
turbulento; algunas veces traicionero, otras profundo y barroso.
Es
necesario atravesarlo.
No soy Dios ni pretendo jugar a Dios. Sólo Él puede llevarte con seguridad a la otra orilla.
Pero
sí quiero ser el puente que haga más fácil tu trayecto.
Si tienes miedo, pasa sobre mis hombros. Si no quieres correr riesgos, usa mis hombros.
Si
encuentras que no conviene pasar solo, usa mis hombros. Si me balanceo,
no tengas miedo.
Dios
me colocó en tu camino para ayudarte a cruzar el río de la vida. No
vaciles en pisar solamente en mí. Y cuando estés por llegar, si
quieres, recógeme. Pero si me entiendes bien, déjame en donde estoy:
otros pasarán por mí, como tu pasaste.
Pero quiero que continúes en tu caminar. Soy tu puente para muchas travesías de la vida. Si me quieres, entonces, puedes llamarme amigo.
Ten calma.
Ten calma, desacelera el ritmo de tu corazón silenciando tu mente.
Afirma tu paso con la visión del futuro.
Encuentra la calma de las montañas.
Rompe la tensión de tus nervios y músculos con la dulce música de los arroyos que viven en tu memoria.
Vive
intensamente la paz del sueño.
Aprende
a tomar vacaciones de un minuto, al detenerte a mirar una flor, al
conversar con un amigo, al contemplar un amanecer o al leer algunas líneas
de un buen libro.
Recuerda
cada día la fábula de la liebre y la tortuga, para que sepas que vivir
más intenso no quiere decir vivir más rápido y que la vida es más
que aumentar la velocidad.
Voltea hacia las ramas del roble que florece y comprende que creció grande y fuerte porque creció despacio y bien.
Ten calma, desacelera el paso y echa tus raíces en la buena tierra de lo que realmente vale, para así crecer hacia las estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario