Entre las simpáticas historias que cuenta George Vandeman está la de un faquir de la India que «inventó» una fórmula para hacer oro.
Este pícaro viajaba de un lugar a otro en busca de ingenuos que estuvieran dispuestos a pagar por su milagrosa fórmula. Cuando llegaba a un pueblo, anunciaba su oferta y en poco tiempo la gente lo rodeaba. Echaba agua en un recipiente, añadía un colorante y repetía ciertas palabras «mágicas», mientras agitaba el agua. Entonces, de alguna manera, lograba distraer la atención de los curiosos y aprovechaba para dejar caer algunas piedrecillas de oro en el recipiente. Después vaciaba el agua, y ¡milagro!, en el fondo del recipiente aparecían las pepitas de oro.
Como cada día sale a la calle un tonto, no faltaba quien estuviera dispuesto a pagar para hacerse rico. Y cuando aparecía «la víctima», el faquir compartía su «fórmula secreta»:
—Usted debe hacer exactamente lo que yo hice. Pero cuando diga las palabras mágicas, no tiene que pensar en el mono de cara colorada.
—¿El mono de cara colorada? —preguntaba el asombrado comprador—. ¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que si usted piensa en el mono de cara colorada, las palabras mágicas no surtirán efecto.
No es difícil imaginar el resto de la historia. Cuando el comprador quería aplicar la fórmula mágica, no podía sacarse de la mente al mono de cara colorada (Helpings for the Heart [Raciones para el corazón], p. 70).
Algo similar ocurre en la vida cristiana. Nos concentramos tanto en nuestras faltas y defectos, que a veces olvidamos por completo el poder de Dios para perdonar esas faltas. Y por supuesto, Satanás se regocija, porque cuando nos hace pensar en lo malos que somos, perdemos de vista a Jesús, el Autor y consumador de nuestra fe.
Pero si vivimos en la luz, así como Dios está en la luz, entonces hay unión entre nosotros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. 1 Juan 1:7
Cuando ores, apreciado joven, no pienses en «el mono de cara colorada» (tus pecados). En cambio, contempla a Jesús. Si has caído pero le has arrepentido, su sangre preciosa te limpia de todo pecado.
Padre Celestial en este día ayúdame a contemplar la belleza del carácter de Cristo y a confiar en su poder para perdonar mis pecados.
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